Queridos alumnos:
Hoy me dirijo a vosotros, mis compañeros de viaje durante estos casi seis años, con el fin de despedirme personal y definitivamente de vosotros. Se acabaron los “hasta luego” y los “nos vemos el curso que viene”: esto es un adiós.
Quisiera agradeceros en primer lugar vuestra amistad, vuestra lealtad y, por supuesto, toda la confianza que habéis depositado en mí a lo largo de este lustro. Vosotros habéis dado sentido a todo mi trabajo, a cada día de esfuerzo y a cada bostezo de agotamiento. Espero no haberos defraudado como profesor ni como amigo. Por mi parte, siempre os llevé en mi mente. Todo lo he hecho pensando siempre en vosotros.
También quisiera agradeceros todas las muestras de sincera alegría cuando sobre mis hombros recayó el indudable honor de dirigir el centro en el que os formáis. Una vez más, sólo vuestro apoyo y vuestro cariño, y la determinación de daros lo mejor, me hicieron aguantar el tiempo necesario. Definitivamente, sin vosotros nada hubiera sido posible. Y, de haberlo sido, carecería de sentido y alma.
Y, sin embargo, ahora toca decir adiós. Después de tanto tiempo aguantando, la roca se ha quebrado. Bueno, no: la han quebrado, pues a nadie escapa a estas alturas que mi partida, mi derrota, no es en absoluto huérfana: tiene padre y madre, y ambos con nombres y apellidos.
Por esto mismo, no quiero despedirme sin invitaros, como tantas veces he hecho en clase, a reflexionar. Primero, sobre la importancia del trabajo bien hecho: es fundamental que siempre, sin importar lo que hagáis, dónde, cómo por qué o cuándo, mantengáis siempre una actitud ganadora y dada al trabajo bien hecho. Sin excusas ni ambages. No rechacéis nunca un encargo ni una misión. Estad en todo momento prestos, solícitos, preparados para llevar a cabo cualquier tarea que se os encomiende, y, cuando esta esté en el aire, sed vosotros quienes se presten a darle inicio y buen término. Que nadie os aventaje en voluntariedad.
Poned amor en cada una de vuestras acciones y trabajos. No el amor romántico, por supuesto, sino ese amor pasional que siente uno al saber que lo que hace vale la pena, tanto más cuanto más pasión y empeño ponga, que servirá como ejemplo y memorial a quienes vengan detrás. Pues lo más importante no es lo que nos llevaremos, sino lo que dejaremos aquí. Esa será sin duda nuestra eterna recompensa cuando nuestras carnes se corrompan.
Asimismo, defended siempre la libertad y la justicia. No toleréis jamás al injusto ni mostréis clemencia alguna con el malintencionado, el mentiroso, el prevaricador y el vago. No olvidéis nunca que la bondad para con el criminal significa traicionar a la víctima.
Sentíos siempre libres para pensar y actuar, asumid las consecuencias de vuestros actos, y no permitáis que gobiernen vuestras vidas, malogren vuestras acciones o envenenen vuestras intenciones. Tened también siempre claro que cuanto más y mejor trabajéis, más libres seréis. No temáis: mientras seáis rectos y laboriosos, saldréis siempre victoriosos. Nunca os instaléis en la comodidad, pues es un canto de sirena que lleva irremediablemente al desastre, a una vida vacía, carente totalmente de sentido. Seréis cuerpos sin alma.
Tened siempre fe. No la perdáis. La fe no es únicamente creer en que Dios os ayuda, sino favorecer su ayuda con vuestros actos, rectos y decididos, en pos de un objetivo que no ha de ser otro que el bien, que el mejorar las circunstancias presentes y futuras. No os dejéis llevar, empero, por los gurús e intelectuales que traten de dictaros cómo vivir o pensar. Sólo quieren manejaros. No los escuchéis, sino prestad siempre atención a la realidad, al mundo, y desarrollad un pensamiento crítico. No os convirtáis en meros loros de los ídolos mesiánicos. Ni siquiera vuestros profesores lo saben todo. Dudad también de ellos cuando vuestra conciencia o vuestra razón no lo tengan claro.
Leed, disfrutad del arte, del cine, de la música, de la historia. He tratado de enseñaros también un poco en cada clase con la firme convicción de que así se alimenta no sólo la razón, no sólo el intelecto, sino las emociones. Si no se os eriza la piel con los acordes de Recuerdos de la Alhambra o con alguna buena película de terror, la vida perderá buena parte de su color. En cualquier caso, no dejéis nunca que las emociones guíen vuestras vidas, sino la razón pura y dura. Lo contrario sólo produce monstruos.
Por supuesto, me gustaría tener un pensamiento para mis compañeros de trabajo. Los malos y los buenos. Los que estuvieron y los que están: no os dejéis quemar. Guardad combustible para la vuelta a casa. Que no os venzan los mediocres.
Y sin mucho más que añadir, me despido cordialmente de vosotros. Espero haber sido para vosotros tan buen profesor como buenos alumnos habéis sido vosotros.
Os deseo lo mejor. Os quiero a todos,
Francisco Cano Carmona
Teacher and translator.
No hay comentarios:
Publicar un comentario