lunes, 17 de junio de 2019

Cuando la diversión sustituyó la motivación

La diversión es una característica cada vez más demandada en los centros, públicos y privados, tanto por parte de alumnos como de padres. Es casi una exigencia que las clases sean divertidas para que los pupilos no se aburran y decidan, finalmente, abandonar el estudio. Como si el hecho de ser estudiante no hubiera sido siempre un aburrimiento.

Esta creciente exigencia se fundamenta en la inconsistente base de que se aprende mejor cuanto más divertida o amena es la lección. Craso error. Ni los juegos ni las risas aseguran el correcto aprendizaje ni que se asienten los conocimientos que el profesional desea transmitir. Y, por si ello fuera poco, la búsqueda de la diversión supone una terrible pérdida de tiempo para el alumno y de dinero para los padres.

Tras varios años de experiencia docente, y muchos más como estudiante, he llegado a la conclusión de que la excelencia educativa murió cuando la diversión sustituyó al concepto, mucho más interesante, de motivación.

Muchos podrán argüir, erróneamente sin duda, que ambos conceptos son iguales o muy parecidos, pero no lo son: la diversión puede ser parte de la motivación, pero no un sustituto. Entendemos por diversión el carácter lúdico con el que muchos entregados profesores abordan sus clases, mientras que la motivación tiene más que ver con el espíritu que se insufla al alumno y que lo guiará a lo largo de todo el proceso educativo.

Así, una clase motivadora puede suponer una enorme carga de trabajo para el alumno en forma de redacciones, de copias, de traducciones, etc. No importa la carga de trabajo, siempre que el alumno compruebe que sirve de algo, que aprende, que es mejor cada día gracias a ese esfuerzo mental que realiza. Una clase lúdica, por el contrario, no despertará en el niño el más mínimo interés por el conocimiento, sólo le servirá de válvula de escape contra el estrés, al igual que una piscina de bolas, la playa, o una tarde de Fortnite.

La experiencia me ha demostrado que se puede pedir a un niño que copie y estudie tiempos verbales o estructuras de cartas y debates sin menoscabo de afán por conocer. Siempre que se dé cuenta de que puede usarlos y de que la recompensa es ser mejor de lo que era el día anterior, o incluso mejor que los compañeros, su disposición será siempre la de pedir más y mejores contenidos. No importa si un día está cansado o no tiene ganas de algo, la motivación será más fuerte siempre que el cansancio.

El ludismo, por el contrario, generará en el estudiante el deseo de no hacer nada, de no aprender ni hacer ejercicios, de no mejorar en nada. La diversión representa como nada la vagancia más absoluta. Un niño que juega es, en definitiva, un adulto que ni asumirá responsabilidades ni realizará cualquier trabajo al que se le destine. Pensará que la vida es un juego, cuando en realidad, es una lucha constante.

Aquellos profesores que se lavan las manos y se entregan a la diversión colaboran con la peor de las maldades: la erosión de una sociedad de individuos fuertes e independientes. Aquellos padres que rechazan los deberes y exigen que sus hijos se diviertan, les hacen el peor de los favores: negarles la adquisición de conocimientos y, finalmente, convertirlos en inútiles.

1 comentario:

  1. Una verdad realmente cierta. Si bien es cierto que hay profes que dan mucha caña, si se hace de la manera correcta, le estarán haciendo un favor a los alumnos.

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