lunes, 6 de julio de 2020

Lo que la pandemia enseña (I): Confundir la solución con el problema

Hola a todos los asistentes:

El duro y largo confinamiento provocado por la mala gestión del Gobierno en España ante la pandemia de coronavirus que sigue azotando al mundo, ha puesto de manifiesto varias realidades que, si bien ya eran obvias, no terminaban de abordarse de manera decidida y seria.

En primer lugar, la necesidad de un cambio en el modelo productivo y laboral gracias al uso masivo e intensivo de las tecnologías de la comunicación y la información. Este cambio se venía dando lentamente en negocios como las compras en línea, en la educación o en cuanto a las reuniones se refiere. Dada la situación, este cambio se ha adelantado una media de, se calcula, siete años. Impresionante.

Asimismo, ha demostrado que ciertos trabajos funcionan mejor en Internet o, en general, mediante las nuevas tecnologías. Tal es el caso de la educación, donde la implementación de dichos métodos ha favorecido el ahorro de tiempo y dinero para usuarios, profesionales y administraciones; como ha hecho lo propio en otras profesiones en las que, merced al ahorro por teletrabajo, se empiezan a notar las subidas salariales. 

Sin embargo, no todo es perfecto, lo admito. En mi experiencia, y auguro que en la de muchos, no son pocos los padres y madres que se han quejado de la situación y han achacado a la nueva metodología problemas que, en realidad, existían desconocidos totalmente para ellos. Así, a los consabidos "mi hijo es bueno, las compañías lo pervierten", "si mi hijo estudia mucho, horas y horas se pasa en su cuarto" o "mi hijo sabe mucho pero no lo desarrolla", se ha sumado al relato mi favorito: "mi hijo por Internet no se concentra, no estudia, se queda embobado". 

Sí, puede ser, no seré yo quien niegue que la disciplina suele ser más rígida y efectiva, y que la situación en un aula o academia contribuye enormemente a la concentración y a la disciplina; pero no se equivoquen: quienes no son capaces de concentrarse frente a la pantalla para dar una clase, tampoco lo eran frente al profesor. Se lo aseguro. Alumnos que se pierden en las explicaciones, no muestran interés, o se entretienen viendo las moscas apareándose en pleno vuelo, son los mismos aquí que allí, entonces que ahora.

¿No me creen? De acuerdo. Hagan conmigo el experimento. ¿Cuántas horas son capaces de pasar sus hijos jugando con el ordenador o la videoconsola?¿Cuánto saben de personajes, historias y videojuegos?¿Sorprendidos? Yo no. La pantalla no tiene nada que ver con la concentración como no es el cuchillo de cocina el culpable del crimen. Pero... entonces... ¿cuál es la diferencia entre su concentración en clases presenciales y su falta de la misma en el aula virtual? Sencillo. Siéntese. ¡La diferencia es que usted está presente y ve en primera persona quién es su hijo y cómo se comporta! La diferencia, si lo quiere dicho de otro modo, es que ya no puede huir de la realidad, no puede vivir con la mente desenfocada, prarafraseando a Ayn Rand; ahora tiene que enfrentarse a la verdad. Y, a menudo, no es muy agradable.

Por otro lado, hay mucha gente que necesita de una presencia física cerca. Gente que tiene que ver, sentir, a un profesor o a un alumno. Gente que necesita a otra gente cerca. Bien, me han pillado. Este caso es muy diferente, sí, y requiere de un análisis más profundo. Un análisis que, si les parece bien, dejaremos para la próxima entrada...

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